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El Régimen I: La Resistencia


Capítulo I: Lo Repentino

-En otras noticias, el gobierno polaco e italiano han caído la semana pasada con el asesinato de los presidentes Piotr Cwirkaluk y Renatto Donati –decía la reportera-. La resistencia italiana llevaba tres años en lucha mientras que los polacos se alzaban desde hace dos años y medio. Con ellos, son ya doce países europeos que alcanzan la revolución del régimen mundial, sumando en total diecisiete países en el mundo fuera de éste. Los gobiernos de América temen que la nueva ola de revoluciones en Europa, Asia y Oceanía genere una lucha en sus naciones.

Ernesto masticaba lentamente la comida, viendo la televisión. Su madre, Regina, se encontraba apurada en la parte de atrás de la cocina, preparándole el desayuno a Pedro, su padre. Eran apenas las siete y media de la mañana, el autobús no tardaría mucho en pasar por Ernesto para llevarlo un día más a la escuela. El padre bajó a trompicones, abrochándose la corbata. Era una mañana tranquila, igual que otras.

Ernesto Palacios era un muchacho de apenas diecisiete años de edad. Aún asistía a la preparatoria y pronto tendría que decidirse por una carrera universitaria. Era un joven normal, ni alto, ni bajo, con una fisonomía delgada. Su cabello era una maraña negra, y su piel, aunque con una tonalidad clara, se oscurecía en un ligero bronceado producido del día a día. Su padre era una réplica exacta de él, pero con menos cabello y unos cuantos kilos de más. Su madre era una señora de estatura pequeña, y cuerpo delgado, que se lucía menor a su edad real. Ambos andaban cerca de los cuarenta, y trabajaban en el ayuntamiento de la ciudad.

Una alarma comenzó a sonar por toda la casa.

-Max, contestar –dijo Regina.

La pantalla adherida a la pared que mostraba el noticiero matutino se dividió en dos, dejando ver un enorme rostro femenino que cubría la otra mitad de la televisión. Se trataba de una mujer, parecía que miraba hacia abajo. Por lógica, Ernesto comprendió que se trataba de una computadora de pulsera, viendo el ángulo y las proporciones de la imagen. La mujer era Susana, la tía de Ernesto; se le veía desesperada, despeinada, con la cara marcada por lágrimas recientes. Los padres se alarmaron al mirarla en ese estado.

-¡Susana! –gritaron Pedro y Regina al mismo tiempo.

-¡No hay tiempo! ¡Han descubierto todo, capturaron a Salazar y Vega! Se llevaron a sus familias, y, por lo que me he enterado, tienen la lista de todos, se los van a llevar a los confines. Tienen que…

Un fuerte golpe hizo que Susana volteara de repente, gritando. Se vio cómo movió su otra mano para apagar de un tajo la computadora. El silencio en casa de Ernesto se hizo presente. Regina y Pedro se miraron a sí mismos, después miraron a su hijo. Él estaba más desconcertado que ellos dos, no sabía absolutamente nada.

Tres coches negros llegaron de repente a estacionarse enfrente del jardín de su casa; la familia los miraba a través de la ventana. Cinco hombres trajeados bajaron con armas a los costados, en posición de ataque. Regina ahogó un grito.

-¡PÁRATE, RÁPIDO. VEN! –le apresuró su padre a Ernesto-. Max, cierra toda la casa hacia exteriores –gritó a nadie en general.

-Bloqueando salidas –resonó una voz electrónica por todos lados.

Las puertas y ventanas de la casa se cerraron automáticamente justo antes de que los hombres entraran. Los perros de casas vecinas, junto el pequeño labrador que tenían en el patio trasero, ladraban y aullaban haciendo un escándalo mayor.

Pedro tomó a su hijo del brazo, jalándolo con él. Ambos, junto con Regina, se dirigieron apresuradamente hacia las escaleras, corriendo y empujando todo lo que se les ponía en frente. Un cristal de las ventanas estalló cuando una bala fue a incrustarse en la pared donde un segundo antes estaba la madre de Ernesto. Ellos siguieron avanzando hacia el segundo piso.

-¡Tienen cinco segundos para entregarse por su propia cuenta! –gritó alguien atrás de la puerta principal. Ellos entraban a su recámara.

-Tú, toma el computador –le dijo Pedro a Regina.

Mientras Regina sacaba de un cajón una computadora de pulsera, Pedro movía un sofá al fondo de la habitación. Atrás, Ernesto observaba a su padre desprender un pedazo de la pared, revelando un pequeño hueco del tamaño para una persona. Su padre lo tomó del hombro y lo arrojó dentro. El chico no tenía idea de lo que ocurría.

-¿Papá, qué está pasando? –preguntó.

Regina le dio el computador a Ernesto. Abajo, alguien golpeaba la puerta principal.

-Toma el computador y no hagas ruido, pase lo que pase; alguien más tarde se comunicará contigo. No te preocupes por nosotros. Cuídate y protégete; no salgas de aquí hasta que te digan. Te… te queremos –le dijo el papá con los ojos al borde del llanto.

-Te amamos –agregó Regina, a quien ya le empezaban a brotar las lágrimas.

La puerta de abajo fue abierta por la fuerza justo en el momento en que el papá de Ernesto colocaba de nuevo la tapa al agujero. Regina le ayudó a mover el sofá a su lugar. Los pasos ascendían a prisa por las escaleras.

-¡ABAJO TODOS! –escuchó Ernesto una voz que gritaba.

-¿Dónde está el muchacho? –preguntó otra voz después de un pausado silencio.

Ernesto se encontraba envuelto en las sombras, sólo resplandecían unas lucecitas de la computadora que cubrió con su mano. Estaba muerto de miedo, temía por sus padres.

-¡DIJE: ¿DÓNDE ESTÁ EL MUCHACHO?! –replicó a voz alta.

-Huyó –era la voz de Pedro.

Se escuchó como si hubiera un fuerte golpe. Regina gritó.

-¡¿DÓNDE, CARAJOS, ESTÁ?! –preguntó con más énfasis.

-Ya les dije que huyó. Cuando subimos él se fue a su recámara. No sabemos nada más.

Hubo silencio unos segundos.

-Torres, Guzmán, Beltrán, revisen toda la casa. José Luis, esposa a estos dos.

Unos pasos recorrieron la estancia hasta el sofá, que crujió cuando alguien se sentaba encima de él.

-Ustedes dos son unos grandes pendejos –dijo el mismo hombre, parecía dar las órdenes e ir al mando de los trajeados-. Miren a su alrededor: casa bonita, buen auto, buen empleo, buenas condiciones de vida, y ahorita todo ya se fue a la mierda por su pinche pendejez. ¿Por qué sacrificarlo todo por unos cuantos putos que no tienen nada ni sirven para algo? ¿Por qué ponen a prueba sus vidas y la de su hijo? ¡JA! –Hizo un silbido entre los dientes-. A ustedes dos les va a ir muy mal, muy pero muy mal. Una cosa es que sean de aquellos, pero otra muy diferente es que traicionen al gobierno de esta manera. El alcalde está muy decepcionado.

Por las paredes se transmitía el sonido de la casa siendo registrada de arriba abajo. Daban portazos, arrojaban objetos, volteaban los cajones de las cómodas, y movían las camas y sillones.

El sofá volvió a crujir; el sujeto se había puesto de pie para deambular por la habitación. Luego, se escuchó cómo revisaban cada rincón de la habitación, esculcando entre los muebles y cajones.

-¿Y dónde está el computador?

-No sé de qué computador me hablas -respondió Pedro con voz calmada.

-¿Crees que soy un pendejo? A todos ustedes les encontraron una computadora de pulsera. ¿Dónde está la suya?

-Te digo que no sé de qué me hablas.

Se volvió a escuchar un golpe seco.

-Sé que mientes, lo veo en tus ojos –habló en casi un susurro-. Pero bueno, vamos a dejarlo así y que en el reclusorio te saquen la verdad a punta de madrazos, papi. –Rio por lo bajo.

Alguien más entraba a la habitación, se escuchaban sus pasos.

-No hay rastro del muchacho, señor –dijo otra voz.

-¿Revisaron bien?

-Sí, señor, por todos los lugares, y no sabemos dónde puede estar.

-En ese caso, tendré que mandar a algunos a que revisen más tarde. Por mientras, den la orden de confiscar la casa y que manden algunos halcones a vigilar el área, por si llegan a encontrar al muchacho.

-Él no tiene nada que ver, ni siquiera sabía qué somos parte de esto. Déjenlo en paz, por favor –suplicó Regina; Ernesto notó que ella lloraba.

-Posiblemente no esté enterado –explicó el mismo hombre-; ¿pero creen que se quedará tranquilo con todo esto? Aparte, no podemos darnos el lujo de confiar al cien por ciento en su palabra. ¡NO! El muchacho será buscado y lo llevaremos ante las autoridades para que sea juzgado como se debe; no correremos el riesgo.

-Sólo no le hagan daño si lo encuentran –pidió Pedro.

Hubo un silencio tenso, luego el hombre dijo:

-Bien, será todo. Lleven a este par de putos con el alcalde y yo los alcanzaré más tarde.

Salieron de la habitación, dirigiéndose a la salida. Llevaban a la fuera a ambos padres. Ernesto se encontraba aún en la oscuridad, escuchó cuando los coches encendían de nuevo los motores y partían. El chico soltó el llanto frustrado que había estado aguantando. Sus padres… ¿qué sería de ellos?...


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