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El Régimen I: La Resistencia (Capítulo 8)


Capítulo 8: La Historia

Efectivamente, el jefe no estaba muy contento, había desobedecido las órdenes y lo más probable es que ni siquiera la volverían a llamar agente. Le agradaba la idea de saber que ahora el gobierno la buscaba en persona. La reconocerían como una verdadera parte de la causa, un fin, un motivo, y eso la hacía sentir poderosa. Pero reservándose a los trabajos dentro del cuartel, perdía toda esa sensación de ser libre, y con ello, su poder a ayudar.

No se quiso afectar más con ideas, decidiendo que no era el momento. Ya más tarde se dedicaría a sentirse mal, en cuanto estuviera en su propia cama. Reorganizó las cosas que llevaba en su mochila y se aseguró que la ropa estuviera secándose. Jugó un rato con el computador, al menos los juegos la distraían en ratos como esos. La oscuridad no le daba miedo pero sí la ponía un tanto nerviosa, y sabiendo la situación, no se iba a dedicar a prender luces por todo el lugar dando muestra de dónde se encontraban.

Lo más probable, es que ya anduvieran policías y gente a los alrededores, buscándolos. Le alteraba un poco saber qué clase más de gente andaría por ahí, qué clase de tecnologías serían capaces de identificarlos. Y los trajeados. Nunca se había topado con uno, aunque había escuchado mucho acerca de ellos. Ahora sabía que eran verdad y no sólo un mito.

Caminó en silencio, subiendo las escaleras. Se detuvo primero con el señor que había amordazado. Seguía inconsciente, aunque sabía que tenía que hacer algo antes de irse; al final de cuentas, tanto ella como el muchacho habían entrado por la fuerza a la casa y someterlo bajo su propio hogar, no era justo para él.

Se asomó por la ventana y vio a un sujeto vestido de verde y café en una bicicleta, alumbrando con una lámpara mientras buscaba a los alrededores. Sólo una persona y no era más que un simple vigilante nocturno, gente contratada para cuidar los vecindarios durante la noche, en su mayoría, policías de piso. Si la cosa seguía así, no sería difícil seguir ocultándose; sólo no alumbrar, ni hacer ruido, lo suficiente para pasar una noche.

Se quedó un buen rato viendo por la ventana, inspeccionando lo que había a los alrededores. Divisó las luces del antiguo centro histórico; los puestos ya abandonados de antiguas pescaderías y de frente al río, en Veracruz, las industrias. Todas las luces resplandecían al fondo, donde ellos estaban la penumbra lo abarcaba todo. El silencio era interrumpido por los grillos y los pedales de la bicicleta que montaba el hombre. Algunos perros, gatos y otros animales emitían sonidos de vez en cuando. La quietud era mucha, nada esperanzadora como el silencio del cuartel.

Se apartó de la ventana y caminó hasta la recámara de Ernesto. La puerta estaba cerrada, no se escuchaba ningún ruido. Ella no creyó que se fuera a quedar dormido tan pronto. Con todo lo ocurrido, lo más probable es que estuviera llorando como hacía un rato.

Llamó a la puerta sin obtener alguna respuesta. Insistió más; sin que le respondieran de nuevo decidió entrar. La cama daba directo a la puerta y ahí, acostado con los ojos medio abiertos, estaba el chico, viéndola directamente. Ella se acercó lentamente hasta él mientras trataba de adivinar su reacción.

Como la cara del chico seguía igual, fue a buscar una manta en los cajones de la habitación; necesitaba ver bien su cara, pero si encendía alguna vela o luz se delataría inmediatamente. Encontró una vieja frazada, con ella pudo tapar el hueco que tenía como ventana; al menos estaban solos por la parte de afuera, así que nadie podría verla. Con la luz del computador revisó al muchacho. Había sudado tanto que la cama se había empapado, su cuerpo temblaba y la mirada la tenía perdida, como si observara a alguien más; él respiraba muy rápido, profundo, pareciendo que quería hablar pero las palabras no salían.

-¿Ernesto? –lo llamó, acercando más la luz a su rostro. Las pupilas estaban muy dilatadas.

-Ayúdala –le respondió él, viendo hacia el vacío.

La agente tomó el rostro del muchacho entre sus manos y el calor se hizo presente. El muchacho ardía en fiebre.

-¿Te sientes bien? ¡Estás ardiendo!

Ella pasaba una y otra vez sus manos sobre sus brazos, cuello y cara, la temperatura corporal se había elevado demasiado. Los ojos del chico se movían de un lado a otro. Algunos momentos se quedaban fijos y luego volvía a moverlos. Sus temblores eran fuertes y constantes.

El chico tomó la mano de la agente por la muñeca, fuertemente. Sus ojos se encontraron con los de ella, mostraban preocupación, pero al mismo tiempo decisión firme. La fuerza con la que le aprisionaba la mano era demasiada. Ella se comenzó a preocupar.

-Tienes que ayudarla –le dijo sin dejarla de ver directamente.

-¿A quién? –preguntó ella, alarmada.

-A ella, a mi madre, antes de que la maten.

-Lo haremos –los ojos del chico se movían, viendo algo invisible-, pero primero hay que ayudarte a ti.

-No hay tiempo, la matarán –le suplicó.

La chica lo miró y supo al instante de qué se trataba.

-Ernesto, estate tranquilo, ya vengo.

La agente se zafó del muchacho y corrió llegando hasta el piso de abajo; sus conocimientos en medicina apenas se resumían en primeros auxilios, y más que nada en gente herida en guerra: algún balazo, cortadas, huesos rotos y dislocados, frenar hemorragias, contracturas, desgarres, etcétera. No era médico pero tampoco la primera vez que veía a alguien enfermo con temperatura arriba de cuarenta grados; en el cuartel se las ingeniaban para ayudarse unos a otros cuando los médicos no estaban presentes.

Tomó las pastillas de su mochila, la botella con agua y regresó con el muchacho. Él se retorcía en la cama, aferrándose a las sábanas, dando ligeros gemidos. Algunas lágrimas resbalaban por sus mejillas.

La chica volvió a acercarse a él, tratando de tranquilizarlo, él no respondía, seguía mirando a un lado en específico con esos ojos adormecidos y la fiebre que no cesaba.

-Tómate esto –le dijo ella mientras le ponía una pastilla en su boca.

El muchacho hacía las cosas sin protestar, pero lucía fuera de sus cabales.

-Tenemos que irnos, nos van a matar –le dijo él, con la pastilla aún en su boca.

Con esa frase, ella se dio cuenta de qué era lo que él soñaba despierto; deliraba a causa de la fiebre y seguramente vivía de lo que huían.

-Sí, no te preocupes, huiremos pronto –dijo para tratar de reconfortarlo y le acercó la botella de agua.

-Gracias –le respondió después de beber.

Ella esbozó una sonrisa llena de pena; por primera vez, sentía lástima por alguien que no fuera ella misma. El chico la vio y después volvió a mirar hacia el techo, suspiró rápidamente apretándole la mano mientras cerraba los ojos. La agente se quedó un momento. La fuerza de su mano comenzaba a ceder.

El efecto de la pastilla era inmediato; lo más probable era que Ernesto se hubiera enfermado debido al agua del río o por todas las emociones vividas ese día. Normalmente, en el cuartel, cuando se les iniciaba a los nuevos en el combate, solían enfermarse si no estaban acostumbrados al ejercicio físico y el sobreesfuerzo.

Ella se quedó al lado del muchacho al menos una hora. Debido a que las tuberías estaban selladas en esa parte de la ciudad, el agua no corría en las casas desde hacía muchos años; tal vez un paño con agua fría en la frente y un baño lo ayudarían a recuperarse más rápido, pero en las condiciones en las que estaban, el tener un lugar seguro para dormir ya era mucho lujo.

Luego de media hora que le suministró el medicamento, la fiebre comenzó a disminuir; los temblores y la sudoración habían cesado, y tuvo que retirar las sábanas mojadas. Sólo se quedó ahí, viendo a aquel pobre muchacho que un día antes tenía todas las comodidades y al otro ni siquiera sabía si sus padres estaban vivos.

La frase que había dicho la conmocionó mucho. Aunque estaba acostumbrada a huir y ocultarse, tenía toda la razón: tenían que huir o los matarían. ¿Cómo era posible que él ya supiera a lo que se enfrentaba? Tal vez habrá sido una frase dicha al azar en un delirio, pero era la verdad. No se podían quedar en esa casa eternamente.

Luego de dormitar por ratos, la chica escuchó un ruido en la recámara de al lado; algo se movía haciendo rechinar la cama del cuarto continuo. Ella se puso de pie y fue a revisar. El vicioso que anteriormente los había atacado se retorcía, tratando de liberarse de las cuerdas que lo sujetaban. Quería gritar o hablar, las trazas de la ropa le impedían que emitiera sonido alguno. Ella se acercó cautelosamente, iluminando la habitación con la luz del computador. El hombre la miró y forcejeó más.

-¿Está bien? –le preguntó la agente.

El hombre negó con la cabeza; su mirada ahora era diferente, incluso sus reacciones parecían más tranquilas.

-Te quitaré el trapo de la boca, pero sólo si prometes no hacer ruido. Al primer grito que sueltes vuelves a dormir –le amenazó, acercándose lentamente.

El hombre la miró con esos ojos ahora calmados y demacrados. Al principio no reaccionó, pero finalmente asintió con la cabeza, cerrando los párpados. La agente le quitó los trapos babeados de la boca y se sentó a su lado, esperando en guardia.

-Agua –le suplicó él.

-Sólo si no hace ruido, ¿de acuerdo?

Él volvió a asentir.

La chica bajó al primer piso. Tomó la libertad de buscar algún vaso o recipiente dónde colocar el líquido. A pesar de todo, no se iba a arriesgar a darle del mismo pico de la botella a alguien con una apariencia tan desagradable y sucia. Sabía que estaba mal, mas no podía arriesgarse con eso. Sirvió un poco de la botella que llevaba, regresando con el hombre, dándole, además, una de las barras caloríficas.

Ella lo alimentó y le dio de beber sin quitarle ninguno de los amarres de su cuerpo. Estaba atado a los barrotes de la ventana que tenía atrás, con los brazos levantados.

-¿Puedes quitarme las cuerdas? –preguntó él.

-Prefiero no arriesgarme –le respondió.

Él asintió, tranquilo.

-Perdón por lo que ocurrió hace rato; la verdad no estaba en todos mis canales.

-Ni siquiera en uno.

-Me aloco mucho con todo lo que inhalo y no me controlo; y después de escuchar la explosión y que ustedes entraran aquí en malas fachas, verlos me asustó mucho. Creí que eran de aquellos, de la policía.

-No, somos del grupo contrario. También estamos huyendo y aquí fue donde sólo hubo cabida. –Ella se paró de la cama, poniéndose a un lado de la puerta, con la vista fija hacia él-. También quiero disculparme con usted por haber entrado así, como lo hicimos, y atacarlo.

-No es la primera vez que me pasa –sonrió-. Aunque sí la atacante más guapa que me tocó.

Ella le devolvió su sonrisa. Ya sin las drogas en su cuerpo, el hombre resultaba agradable, hasta le recordaba a su abuelo.

-Ni coqueteando conmigo hará que lo desamarre.

-Bueno, tuve que hacer la cala.

-¿Qué es lo que se mete? –preguntó ella, borrando la sonrisa, volviendo a esa frialdad característica.

-Pues de todo un poco; ya sabes: resistol, tiner, pintura, cemento, lo que encuentre por ahí.

-¿Y qué es lo que come?

-Pues le repito: lo que encuentre. Puedes encontrar buenos desperdicios en la carretera o cerca del centro; o algunas veces puedes atrapar un gato o una ardilla y darte una buena tragazón.

La chica frunció los labios en señal de asco. Al menos, en el cuartel, cuando pasaban escases de alimentos no tenían que tragar basura o gatos asados.

-¿Cómo fue que paró aquí?

El hombre suspiró.

-Una larga historia.

Ella se encogió de hombros sin darle importancia.

-Tengo tiempo.

-Cuando todo empezó, yo vivía con mi familia, apenas había iniciado la prepa y las cosas no estaban como hoy. Mi familia vivía bien, no teníamos lujos y carecíamos de comodidades, pero eso sí, comida y estudio nunca faltaron. Cuando se iniciaron las cacerías mi familia fue seleccionada, solamente éramos yo y mi hermano, el cual era más chico que yo, apenas unos seis años en aquel entonces, y a todos se nos ordenó ir a los confines. Junto con mi ma y mi mano pudimos escapar, pero mi papá se tuvo que quedar para que nosotros pudiéramos huir. Nunca más lo volví a ver.

>>Mi mamá y mi hermano regresaron, se alojaron con la señora para la que mi mamá trabajaba. Yo me tuve que ir a chingarle al jale; estuve buscando trabajo donde me pagaban una miseria, y lo peor es que ellos tenían el poder sobre nosotros por ser ciudadanos clandestinos, los famosos chatos. Así vivimos por unos años hasta que la cosa se puso peor. El gobierno amenazó a las personas que protegían a los chatos y la señora nos corrió a los tres de su casa. Todos fuimos identificados con la policía. Nos pusieron una putiza cuando se enteraron que habíamos logrado huir de los confines… –Dejó una pausa para tomar aire, su cara se veía tan miserable que era incluso capaz de notarse con la oscuridad. Los recuerdos del pasado volvían a hacerle estragos en el presente-… a mi madrecita y hermanito los violaron delante de mí, y a mí me tenían agarrado para ver lo que les hacían. –Una lágrima le rodó por la mejilla-. Y nos volvieron a mandar a los confines. Nos enteramos que mi pa había muerto a causa de neumonía, y mi ma se volvió loca. A las pocas semanas también murió.

>>Un día mi hermano y yo decidimos escapar, no sabíamos qué hacer ni a dónde ir, pero huir de ahí era lo que queríamos. Escapamos con otras diez personas más, y solamente tres pudimos salir con vida. A mi mano le dispararon en la espalda en plena correteada. Desde entonces estuve vagando, buscando, saliendo, y comencé en los vicios para olvidarme de lo que había ocurrido –ella lo miraba con pena-. Pero, ¿sabes algo, güerita? Cosas así no se olvidan. Olvidé muchas cosas, muchos nombres, datos, teléfonos, rostros, fechas, pero el dolor jamás se olvida ni con el pinche vicio. Ya llevo uno o dos años escondiéndome aquí, no sé cómo he hecho para sobrevivir, pero aquí sigo.

La chica se quedó en silencio, mirándolo con tristeza y asombro a la vez.

-¿Logró escapar de los confines dos veces?

-La primera vez no fue tan difícil. Mucha gente escapaba a diario, muchos incluso se lo tomaron a juego, una de esos teatritos que el gobierno armaba a cada rato sólo para hacer creer a la gente que el país funcionaba correctamente con el nuevo régimen. Pero después la cosa se puso dura. Conforme pasaban los años, los castigos eran cada vez más severos y las posibilidades de salir casi siempre se hacían nulas. Si alguien lograba escapar lo pagaba con la muerte. Ellos no perdonan si sales con vida de los confines, ahí la muerte es el último paso.

-¿Cómo logró salir?

-Los detalles no los recuerdo bien, pero te diré algo, siempre hay alguna puerta falsa. –Fijó su mirada al techo-. Casi todo sólo se abarca al momento de ver a mi hermano morir. Los diez íbamos corriendo, lejos de las paredes (en ese tiempo ya empezaban a implementar las trampas, pero no en todos los confines había); fue cuando empezó a sonar la sirena de fugas y lo primero que pensé es que teníamos a todos esos guardias atrás de nosotros, apuntándonos con sus armas, así que seguí corriendo sin mirar atrás. Escuché un grito, luego otro y cómo la tierra se levantaba cuando un cuerpo caía. Delante de mí sólo iba un señor, la maleza nos protegía de los disparos y fue cuando volteé a ver a mi mano; grité su nombre y él me miró cuando la bala le salía por el pecho y escupía sangre. Yo grité, y me quise quedar a su lado, pero él me dijo que me fuera, “vete”, fue su última palabra; al principio no quise, al ver al guardia me tuve que voltear y seguir corriendo, continuar sólo por él.

>>Corrí como nunca lo hice antes, quién sabe por cuántas horas; a la mañana siguiente me encontré con uno de los que se habían quedado atrás, con un disparo en la pierna, y dos días después nos encontramos con aquel señor que iba delante de mí en la fuga. El que alcanzó el disparo murió una semana después, cuando la pierna se le infectó. El otro señor y yo estuvimos dentro de aquella zona llena de árboles por casi un mes, sobreviviendo con lo que podíamos, aún nos buscaban los guardias a los alrededores. Cuando las cosas se calmaron y no vimos rastro que nos buscaran, nos despedimos, cada quién tomó su lado y huimos por caminos diferentes. Posiblemente fue la última vez que tuve un verdadero contacto humano con alguien, ya lo demás, puros pleitos.

La chica quedó en silencio contemplando aquel hombre con su triste historia; detrás de toda esa suciedad y drogas se escondía un ser humano que había pasado por cosas más difíciles que ella y muchos otros.

-Realmente… siento mucho por todo lo que ha pasado –se solidarizó ella.

-Así es como nos toca vivir, a unos mejor, a otros peor.

Hubo un silencio incómodo.

-¿Me puede quitar las cuerdas?

-Ya habíamos hablado sobre eso.

-Pero necesito ir al baño.

Ella volteó los ojos hacia arriba, meneando la cabeza con disgusto.

Ernesto abría despacio los ojos. Estaba acostado en una cama dura, en una recámara diferente a la suya. No recordaba nada y no sabía dónde estaba. La cama se sentía húmeda y su ropa había desaparecido exceptuando sus calzoncillos. Se incorporó en la oscuridad y vio por la ventana, a lo lejos, las luces de la ciudad; la cabeza le daba vueltas, le palpita mucho. Se sentía débil y cansado, a pesar de haber estado durmiendo.

Lentamente comenzó a recordar los sucesos ocurridos durante el día: la agente, la persecución, la explosión, el drogadicto; todo regresaba muy despacio a su mente, junto con el extraño sueño que había tenido. Después, toda la memoria se llenó de esa sensación triste de no saber qué les había ocurrido a sus padres, se sentía solo en esa oscuridad, demasiado solo.

SOLO.

Por un momento el pánico le recorrió la espalda, sintiendo escalofríos. Estaba en la casa de quién sabe quién, sin ropa, siendo perseguido por policías y sin la menor señal de que la agente estuviera con él. La recordó en el sueño y cómo fue que ella lo traicionó junto con sus padres; posiblemente tuvo una premonición, la idea era muy loca, pero vaya, todo en el día había sido de locos. ¿Y si ella se había ido, abandonándolo a su suerte? No, ella no podía ser tan cruel.

Se paró de la cama. El dolor en las piernas le carcomió los músculos, y salió de la recámara, cautelosamente. No llevaba más que sus manos por si debía pelear, y aun así no era muy bueno en ello. El piso se sentía terroso a causa de tanto polvo acumulado; al menos le agradaba separarse de la sensación de humedad. El clima era cálido aunque el aire se sentía húmedo en aquel lugar cerca del río; con la puerta abierta se hacía una buena corriente.

El chico caminó y se asomó por la recámara de al lado. El pleito de dos gatos afuera hizo que brincara del susto justo al momento en que veía una pequeña luz roja que parpadeaba cerca de la cama. Sus ojos se habían adaptado a la oscuridad, identificando la silueta de la agente.

-¿Hola?

Ella parecía estar dormida.

-Eh… ¿Agente? –volvió a insistir.

-No te responderá –le respondió el señor en la cama.

Ernesto dio un paso hacia atrás y se tropezó con algo, cayendo sobre su trasero, apoyándose con las manos. Quiso gritar, pero de la impresión no pudo, se quedó petrificado. La agente se despertó, poniéndose rápidamente de pie, levantando un cuchillo que tenía en la mano. Ella contempló al muchacho que temblaba frenéticamente a sus pies.

-Ah, eres tú –le dijo.

-¡Cuidado, el drogadicto está despierto! –le advirtió señalando al señor.

Ella volteó a verlo con cierta indiferencia. Ernesto moría del miedo.

-¿No se había dormido ya?

-Bueno, por lo general, cuando no me noquean por golpes, tengo el sueño ligero. Tu amigo te habló y me despertó su voz, no sabe guardar discreción.

-No está acostumbrado a esconderse.

-¿Alguien puede decirme qué pasa? –preguntó el chico confundido, con el corazón tomando su velocidad normal.

La chica bajó el cuchillo, caminando hacia él. Con el dorso de la mano tocó su frente y sus mejillas.

-La temperatura ha bajado. ¿Cómo te sientes? –le preguntó.

-Cansado, pero bien, me duelen mucho las piernas. ¿Estuve enfermo?

-Ardiendo tanto como los problemas que tenemos. Supongo que te resfriaste por el agua o puede que haya sido reacción al sobreesfuerzo y emociones. Igual lo de las piernas, por tanto correr. ¿Nunca habías hecho ejercicio, verdad?

-Salvo mis clases de educación física en la escuela y unas lecciones de natación que tomé hace unos años, no. ¿Cuánto tiempo estuve dormido?

-Apenas unas horas –respondió consultando su computador-. Falta unas dos horas para que amanezca, todavía. –Se volvió hacia el hombre en la cama-. Creo que usted debería volver a tratar de dormir.

-Y tú también. –Se dirigió a Ernesto- Se pasó casi toda la noche cuidándote, apenas tendrá unas cuantas horas que durmió.

-¿Eso es cierto? –se sorprendió el chico de que ella haya actuado así.

A ella pareció molestarle el comentario.

-Me mandaron a cuidarte, y si regreso con tu cadáver habré fallado la misión. Aparte, que te mueras de una fiebre después de lo que nos costó estar a salvo… ¡Me hubiera muerto por el coraje! Ni todo el esfuerzo que dimos, ni los problemas que nos metimos.

-Gracias, entonces.

Ella meneó la cabeza con una sonrisa burlona.

-Bueno y me puedes explicar por qué…

Aunque no completó la frase la chica entendió perfectamente que se refería al hombre y a su reciente pseudo-amistad.

-Vamos abajo. Y usted –se refirió al hombre- vuelva a dormir.

-Como si fuera tan fácil ponerse cómodo estando completamente amarrado.

Ambos bajaron y se sentaron en la pequeña sala que había. La chica tomó una vela de la cocina, encendiéndola con unos fósforos.

-Eso no lo tenías en la mochila –observó Ernesto cuando la flama iluminó la habitación.

-Me lo dio el señor. Me dijo dónde estaban las cosas y, pues, la tomé.

-¿Me podrías explicar cómo fue que se hicieron amigos? Lo último que recuerdo de él fue que lo golpeaste, lo noqueaste y lo amarraste allá arriba.

-Bien, pues resultó que “cuerdo” no es tan mala persona. Me estuvo platicando toda su vida, y vaya que tiene motivos para hacerse la víctima, y aún así aquí sigue, como todos. Queriendo que el país salga adelante, muy a su estilo, claro.

-Entonces, ¿no nos hará daño?

-Pues me imagino que no, aun así no quiero darle la suficiente confianza.

-Por lo tanto supongo que te pasaste toda la noche hablando con él.

-Y cuidándote –apuntó.

Ernesto sonrió.

-¿Con qué soñabas, por cierto? –le preguntó ella.

Recordaba bien los detalles del sueño, mas no quiso ser tan directo.

-Pues, soñaba… cosas… A mis papás, los trajeados. Cosas que, la verdad, no quisiera hablar. ¿Cómo sabes del sueño?

-Porque más bien estabas delirando y me contaste todo.

El chico frunció los labios en una sonrisa forzada.

-Hablando de contar todo, ¿ya me dirás lo que pasa? –le preguntó a ella.

-¿Pasa? ¿De qué? –ignoró.

-¡De todo! ¿Por qué nos persiguen? ¿Por qué yo? ¿Por qué mis papás? ¿Qué es lo que sucede? ¡TODO! –el chico parecía que empezaba a irritarse-. Desde lo sucedido en la mañana de hoy o ayer, no me importa, no me has dicho nada. No sé cómo es que todo se ha dado y qué es lo que está pasando. De un momento a otro mi vida pasó de ser segura a incierta. Ni siquiera sé si las probabilidades de estar vivo mañana sean altas.

-¿Probabilidades? –se burló ella-. Para ser un simple chamaquito eres muy meticuloso, por lo visto.

-No te burles. Quiero respuestas –le objetó-. Para empezar, tu nombre, y tu nombre real, no el que uses para identificaciones falsas, Patricia.

La chica exhaló profundamente.

-Jennifer –dijo-. Jennifer Illescas.

-Bien, pues yo soy Ernes…

-Ernesto Palacios –completó-. Hijo de Pedro y Regina. Nacido en Mérida pero viviendo en Tampico. Diecisiete años. Tercer año de preparatoria. Tipo de Sangre A positivo. Alergia a la Nimesulida.

El chico se quedó helado.

-¿Cómo sabes esas cosas?

-Bueno, cuando me mandaron por ti me dieron una lista con tus datos más relevantes; datos que nos fueran útiles en un futuro, por cualquier cosa.

-¿Quién te la dio? ¿El sujeto del computador?

-Si te refieres a Mondragón, entonces sí, fue él.

-¿Mondragón?

-David Eduardo Mondragón de Sanz. Es uno de los máximos poderes en la resistencia. Líder del área Noreste. Jefe del Cuartel Beta.

-¿La resistencia? Te refieres a la resistencia como la de Polonia o China. ¿Existe una resistencia mexicana?

-Así es.

-¿Y tienen todos mis datos? ¿La resistencia sabe que existo?

-Sí.

El muchacho se quedó sin palabras. Aunque sabía de los movimientos que se levantaban en otros países contra el régimen mundial, y la presencia de inconformidades en el gobierno, nunca se imaginó que en México se estuviera desarrollando un problema así. Entonces recordó a sus padres huyendo, el repentino aviso de su tía y todos los sucesos; definitivamente sus padres estaban involucrados en algo.

-¿Y mis padres qué tienen que ver con todo esto?

-Tus padres son agentes de alto rango en la resistencia.

Ahora las cosas comenzaban a tomar sentido.

-¿Agentes? ¿Cómo tú?

Ella pareció molestarse con el comentario.

-No, no como yo –vaciló-, eh… de un rango mayor. Y además tus padres eran agentes secretos de los más importantes.

-¿Pero cómo? Ellos no pueden estar en la resistencia porque trabajaban en el ayuntamiento, o sea, en el gobierno. No podrían traicionarlo.

-Por eso mismo, tus padres eran espías, espías de la resistencia que obtienen información. No sabemos aún cómo, pero suponemos que el gobierno se dio cuenta de lo que ellos hacían, junto con los demás. Salazar, Vega, Susana, todos fueron tomados junto con tus padres y todos ellos…

-Trabajaban involucrados en el gobierno –finalizó Ernesto. -¿Qué fue lo que le ocurrió a mi tía?

-¿Cuál tía?

-Susana.

-¿Es tu tía? Ni idea –se sorprendió Jennifer-. Pero por lo que sé, ocurrió igual que con tus padres. A diferencia tuya, los hijos de Susana también fueron detenidos por el gobierno.

-¿Mis primos estaban dentro de la resistencia?

-Sólo el mayor: Pablo. No era específicamente un agente, ni siquiera un soldado o persona de apoyo, pero estaba al tanto de la situación, había recibido cierto entrenamiento y apoyaba la causa.

-¿Y por qué nos quieren a los demás? No hemos hecho nada, al menos yo no.

-No has hecho nada, definitivamente –dijo con cierto tono irónico-. Pero ser hijo de los mejores agentes secretos de la resistencia te pone en peligro a ti y a los planes del gobierno.

-¿SUS PLANES? ¿Yo qué, putas, iba a saber de sus planes?

-Piensa con lógica. Si descubrieras de repente que dos de tus trabajadores sacan información para destruir tu empresa, sin saber qué información y cómo, cuándo, dónde y para qué, ¿confiarías en sus familias y amigos? –ella suspiró-. La guerra es un negocio, muchacho, y tú, quieras o no, tienes acciones en la competencia. El gobierno está tan enterado como tú de lo que hicieron tus padres. Tienen miedo, y no se van a arriesgar a que les quiten más poder por el simple hecho de ignorarte. Ellos no saben si tú estás o no involucrado, si fuiste partícipe o si tienes conocimientos sobre ellos y la resistencia, pero no se van a arriesgar a ignorarte cuando eres la persona más cercana a ambos.

-Me quieren muerto…

-Tal vez no muerto, pero sí vigilado y sacarte toda la información posible que tengas.

-Apuesto a que sé mucho menos que ellos.

Ernesto comenzó a caminar por los alrededores, agarrándose el cabello, realmente no le entraba la idea de que sus padres eran “agentes secretos de la resistencia mexicana”. Tal vez sí, pasaban mucho tiempo fuera, y a veces tenían que viajar de repente, se perdían varios días y regresaban cansados. Viajes de negocios, decían ellos.

-¿A qué se dedicaban mis padres? –preguntó él.

-Como ya te mencioné eran espías secretos de alto rango –le respondió la chica.

-No, no, no, me refiero a sus funciones específicas dentro de la resistencia.

-Bueno, lo principal que hacían era filtrar la información de los movimientos. Tu padre era secretario de gobernación, la mano derecha del alcalde, por medio de él teníamos idea de lo que ocurría en el gobierno de Tampico pero también nos enterábamos de los planes gubernamentales de todo Tamaulipas y algunas veces de México. También estaba muy asociado con todo el personal, podía enterarse de cosas que ni siquiera el mismo alcalde sabía y, en cierto punto, gracias a su información, manipulábamos las cosas a nuestro favor.

-Hasta donde sé, el alcalde lo consideraba uno de sus mejores amigos.

-Sí, qué trágico que haya resultado ser un hipócrita, ¿no crees?

Ernesto se enfureció de repente.

-¡¿UN HIPÓCRITA?!

-Tranquilo, sólo es una manera de decir que estaba de lado de nosotros –se excusó la agente con un movimiento de manos, sin darle mucha importancia.

Ernesto la miró fijamente. El comentario le había resultado desagradable. De cierta manera ella tenía razón, al menos quería pensar que si su padre era un hipócrita, era un hipócrita para el bien. Se tranquilizó.

-¿Y mi mamá?

-Regina estaba como secretaria de economía, así que igual sabíamos todas las tranzas que el gobierno hace en cuestiones monetarias.

-¿Y mis tíos?

-Estaban involucrados, pero en los gobiernos de Madero y Altamira. Con ellos podíamos tener una vasta cantidad de información de toda la zona sin, ni siquiera, mover un dedo. Todo nos llegaba al cuartel.

-¿El cuartel? ¿Qué y dónde es eso?

-A las afueras de Ciudad Victoria. El cuartel es el refugio para todos los miembros de la resistencia. Tanto para gente que apoya formalmente a la causa como para aquellos que buscan protección del gobierno. Al mismo tiempo, es la central desde donde se planea todo el movimiento, y nuestro cuartel es la sede del grupo en el noreste del país.

-Ahí es a donde se suponía que iríamos, ¿no?

-Así es, pero ahora con todo lo ocurrido no nos va a ser fácil. He hablado con mi jefe y dijo que mandaría a alguien por nosotros. Ya conoce nuestra localización, así que sólo es cuestión de esperar.

-¿Y quién vendrá?

-No sé todo, Ernesto –replicó ella un tanto malhumorada. Tomo aire y guardó paciencia-. Disculpa, pero estoy muy alterada. Nunca había estado en esta clase de situación, y con tanta gente a nuestras espaldas es difícil concentrarme.

Ernesto guardó silencio, meditando las palabras. No quería saber más aunque las cosas se le revolvían en su mente. Al final de cuenta, supuso que habría algún momento para volver al cuestionamiento y, si era posible, rescatar a sus padres.

-¿Quiénes eran esos hombres con traje? No parecían policías.

-Son hombres del Equipo Secreto Nacional de Seguridad Privada. Se podría decir que es la policía personal del presidente, una copia pirata del FBI a nivel mexicano. A diferencia, son toda una organización con unas jerarquías muy similares a las de la resistencia. Trabajan directamente para funcionarios de alto prestigio en apoyo al gobierno del país y son tan exclusivos que únicamente se usan para acontecimientos realmente peligrosos a la nación.

-Entonces sí hemos hecho algo muy severo como para que ellos nos busquen.

-El régimen detesta a las resistencias y México no es la excepción. El Equipo Secreto nos ha estado causando más problemas de los que creíamos y han logrado interferir con algunas misiones especiales. El hecho de que tus padres y los demás hayan burlado la seguridad y consiguieran tan importante información directamente desde el ayuntamiento fue un gran golpe en la cara del presidente. Luego, dos muchachos logran escapar aún con esa información y, posiblemente, asesinar a cuatro de sus profesionales agentes. ¿Cómo crees que se sienta el gobierno?

El chico guardó silencio, tomando el computador, observándolo fijamente. No sabía qué era lo que contenía, pero fuera lo que fuera, era muy valioso; tanto como para que unos hombres arriesgaran sus vidas por él.

-Gracias –dijo finalmente el muchacho.

Jennifer se quedó desconcertada.

-¿De qué?

-Por salvarme la vida. Aún no tengo idea de qué es lo que está pasando, pero me salvaste de quedarme abandonado a mi suerte en la casa, me cubriste de los disparos, fuiste por mí cuando me acorralaron, y hasta me cuidaste cuando enfermé. Creo que un “gracias” es lo menos que podría decirte. Aunque no te conozco, lo que has hecho por mí en estas últimas horas han hecho que me tengas atado a un favor que, a la mejor, nunca podré compensarte. Te agradezco mucho y estoy contigo pase lo que pase.

Ella asintió.

-De alguna u otra forma, te ayudaré a encontrar a tus padres.

-Pero ellos no lo saben, y mientras no te tengan en su poder vas a ser una amenaza.


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